lunes, 18 de marzo de 2013

Trece años sin ti

Recuerdo que me preparaba para ir al instituto por la tarde, en Safa teníamos que ir algunos días por la tarde. Tú, te levantabas de la siesta, charlabas con mamá mientras me pedías que te rascara la espalda. “Me voy en taxi, ¿te dejo en el colegio?” - “No da igual, yo me voy andando”. Cuánto te quería y te quiero. Recuerdo, vagamente, que te hice algún cariño. Los que me conocen, saben que soy muy pegajosa, antes más que ahora.
Esa fue la última vez que hablé contigo, que te vi vital. Esa fue la última vez que me miraste con esos ojos que hablaban, esos ojos, un poco triste por los palos que te había dado la vida y la gente. Gente en la que confiaste, ayudaste y que te dieron, nos dieron la espalda.
Esa fue la última vez, y aún tengo ganas de gritarle al destino, a Dios o a quien decidiera que tus días ya se habían acabado. Contigo se fue parte de la familia, parte de nosotros. Tú nos hacías diferentes, especiales con tus cosas, tus ocurrencias.
Eras único, y los que te conocieron saben que esa afirmación no es una frase hecha sin más. Quién si no tú se iba a disfrazar de Guardia Civil el día de los inocentes para gastar bromas. Sin duda, eras único.
Contigo se marcharon risas, confidencias, charlas, esos secretos que te contaba dejándote claro que no se lo dijeras a mamá. Tu retoño, como me llamabas, tuvo que madurar antes de tiempo, por culpa del destino, de Dios, de quien decidiera que tus días ya estaban cumplidos entre nosotros. Y sigo enfadándome porque no me viste aprobar Selectividad, ni el carné del coche, ni me viste el día que me gradué de Periodismo. No me viste casarme y no has conocido a tus nietos. Te echo de menos, como el primer día que te fuiste. Te echo de menos. Eugenio Lojo Robles, El Gordo, buena gente. Allá donde estés, seguro que haces más feliz a los que están a tu lado, quizás por eso Dios decidió llevarte con él, para que animaras un poco el cielo.
Eras especial y especiales somos nosotros, gracias a ti, que nos enseñaste a ser buenas personas.

lunes, 11 de marzo de 2013

A los profesionales de la Sanidad

De nuevo tengo que dar las gracias. Son tantas las veces que tenemos que dar las gracias a pesar de que, en muchas ocasiones, no nos demos cuenta. En este caso, le doy las gracias al personal de urgencias pediátrica del Hospital Puerta del Mar de Cádiz. Asustada, llegué con mi pequeño, con mucha fiebre. Llegas desorientada con muchas preguntas y deseando que alguien cure a tu hijo. Y allí están ellos. “No te preocupes mami”. Para ellos, todas somos “mami”, con ese cariño y cercanía se dirigen a todas las madres. Tan solo, gracias a Dios, tuvimos que pasar una noche en observación. El causante de la fiebre, un virus, que ya ha desaparecido.
Durante las horas que pasé en urgencias pediátrica me sentí arropada, cuidada y comprobé que mi niño estaba en buenas manos. Una enfermera se pasó toda la noche mirando a cada pequeño, preocupándose de las madres, de nuestra comodidad. Incluso, nos ayudó, una a una, a colocar bien el sillón para descansar mejor. Sí, es su trabajo, pueden pensar muchos. Pero hay tantas formas de realizar el trabajo. Ven semanalmente a cientos de madres y niños y para todos tienen sonrisas guardadas. “Mami, ¿necesitas algo más?”. Esta pregunta la realizaban a cada momento.
Pues por eso quiero darles las gracias, porque, a pesar del miedo que tenía, consiguieron tranquilizarme. No recuerdan mi nombre ni el de mi niño, para ellos soy “mami” pero no una mami más, para ellos, cada niño que ingresa es lo más importante, cada madre y padre asustado, es motivo de charlar con ellos, de dirigirles unas palabras para tranquilizarlos. Por eso os doy las gracias, por vuestra entrega, profesionalidad, por vuestra vocación.
Gracias por haber escogido esa profesión tan difícil en la que la entrega es total, tanto mentalmente como físicamente. Gracias por vuestra amabilidad, por vuestras miradas de complicidad y por atenderme cada vez que hice sonar el timbre y más. Muchas gracias.